En el apacible crepúsculo de Jerusalén, la majestuosidad del rey David se manifiesta en un banquete real, donde la mesa está adornada con opulentos tapices y la fragancia de las especias impregna el aire. En este sublime momento, el rey comparte la mesa con sus hijos Salomón, Absalón, Adonías y Mefi-boset, creando una escena de fraternidad y realeza.

El rey David, con su sabiduría tallada por la experiencia y su corona que refleja la grandeza de su reinado, preside la reunión con dignidad. Salomón, el hijo sabio, se sienta a su lado, absorbiendo las lecciones de su padre con reverencia. Absalón, de apariencia regia pero con sombras en su corazón, comparte la mesa, creando una tensión palpable en el ambiente.

Adonías, con su ambición palpable, busca la aprobación de su padre en cada gesto. Mefi-boset, en contraste, con humildad y gratitud, ocupa un lugar especial, recordando la bondad del rey hacia él a pesar de sus limitaciones físicas.

La escena está impregnada de la complejidad de las relaciones familiares y las dinámicas de poder. Cada mirada, cada palabra, revela la intrincada red de conexiones y rivalidades en la corte del rey David, creando un cuadro vivo de la política y la intimidad en la monarquía bíblica.